Esta mañana, mientras esperaba que pasara el tiempo, tomé un libro de Walter Benjamin con sus mejores ensayos:
Baudelaire, Proust, Poe, Kafka, la fotografía, la historia, la violencia…
Benjamin era maravilloso hace veinte años, sospecho que las nuevas generaciones de lectores deben dormirse cuando lo leen, como deben dormirse también leyendo a Flaubert, el maestro del estilo.
Flaubert y Benjamin se sienten muy rancios a pesar de que tardarán en ser olvidados y enterrados. Mucha gente seguirá hablando de ellos para parecer eruditos y profundos pero pocos comprenderán las ideas de estos pobres hombres tristes y contemplativos, pocos los seguirán admirando de corazón como los admiré yo durante tanto tiempo. Ya no, están muy gastados en mi mente, me entusiasma más pensar en Pascal, en Ovidio o en Séneca, ¿a quién queremos engañar?
Si Flaubert y Benjamin parecen tipos pesados cómo será de pesado y fastidioso para el lector de nuestro tiempo -con teléfono móvil, adicto a revisar sus redes sociales y a chatear- leer a Proust, al Proust de En busca del tiempo perdido. Sospecho que ese ladrillo no lo leerá con gusto alguien nacido después del año 2005.
Leyendo y pensando pensaba en mi forma de procesar los recuerdos a lo Proust, crecí leyendo ese tipo de literatura, la de la gente que goza más recordando que viviendo y leyendo que conversando con los amigos. No fue una experiencia muy reveladora:
He tenido dos o tres amigos con los que he pasado momentos dignos de ser recordados, los he admirado tanto que he llegado a confundir el afecto con el amor, he pensado de todas las formas posibles cómo pude ser tan dichosa al lado de gente tan inteligente, dulce, sensible y culta como ellos… Me he solazado en su recuerdo, en el recuerdo de nuestros mejores momentos. Ha pasado el tiempo, mucho tiempo, diez o veinte años. Un día cualquiera nos volvimos a encontrar por casualidad y el recuerdo de ese ser sobrenatural no correspondía con la imagen que mi mente había creado, fue todo una gran desilusión, un fraude total. Estamos en otros tiempos, ya no se puede vivir a lo Proust, es antiestético, ridículo y vulgar.
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