Hoy cumplo cuarenta y cuatro años, no lo escribo para que me feliciten porque no hay nada que celebrar pero tengo la sospecha de que estoy justo en el centro de mi vida. Antes -cuando tenía ocho años- quería vivir ciento doce, ahora me parece bien llegar a los ochenta y ocho. No quiero demostrarle nada a nadie.
Cuando era niña tenía más vitalidad y sueños fantásticos relacionados con la vejez, me preparaba para pasar de los cien años. Ahora no, a veces la buena vida cansa y como ahora los viejos son legión me produce asco compartir vitalidad con tanta gente despreciable. Lo que más me fastidia de la gente mayor de cuarenta es su deseo de volver a ser jóvenes como si no hubieran vivido ya.
He buscado consejos modernos para vivir la vejez con dignidad y ninguno de esos consejos tiene sentido para mí. Dicen los expertos: has trabajado como una mula, te has casado con la persona equivocada, tienes unos hijos a los que a veces desprecias, sientes que has arruinado tu vida porque no has hecho lo que te gusta, porque no sabes qué es lo que te gusta. Estás en la peor edad de tu vida, sabes que eres un perdedor, un ser humano de expresiones duras y cuerpo lamentable, sabes que si no hiciste nada digno a los treinta ni a los cuarenta tampoco lo va a hacer a los cincuenta, resígnate, perdedor, trata de disfrutar los pocos años de vida que te quedan, no te mires mucho en el espejo para que no te deprimas todavía más, compra ropa que oculte tu cuerpo inmundo…
La diferencia entre la mayoría de la gente que se acerca a los cincuenta y yo es que ellos han cometido casi todos los errores y yo no he cometido ninguno. La gran diferencia entre la mayoría de la gente que está cerca de los cincuenta y yo es que ellos ha vivido en la inconsciencia, como las ratas, mientras que yo he vivido en la lucidez, como los dioses. Pero debo reconocer que hay momentos de desesperación, de aburrimiento. Cuando no hay nada que lamentar, cuando no hay traumas para superar ni personas a las que perdonar los días se hacen un poco largos y ni los libros ni las películas tienen nada que decirme porque el aprendizaje es para la vida y después de los cuarenta es poco lo que se puede aprender para el futuro porque el futuro es ya, porque toda la preparación en la infancia y la juventud fue para este momento, precisamente para este.
No me preparé para el triunfo ni para el éxito sino para la vida tranquila, para vivir en el eterno descanso, para ver transcurrir el tiempo en la placidez del hogar sin que se interpongan las miradas de las vecinas.
Logré el sueño que planeaba desde niña: no repetir los eternos errores de los pobres seres humanos, no dejarme guiar por el cuerpo ni por los amigos sino por el cerebro, vivir una vida consciente, eso quería, guiada por mentes brillantes como Séneca, Pascal, Montaigne y Bourdieu. Aquí estoy, sentada en mi trono con una sonrisa plácida pero un poco aburrida en todo caso. Si Dios existe se debe aburrir mucho, la perfección y la templanza también desesperan un poco cuando lo único que queda es el vacío, sentarse a esperar a que siga transcurriendo el tiempo.
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