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Amor a primera vista

25 Abr

Son las 4.55 y debo salir a las 5:00. Soy una persona puntual.

Lo último que hago antes de salir es coger la sombrilla, bajo, me pongo la chaqueta y eso es todo.

Tenía la sombrilla en la mano y sonó el timbre. El timbre en esta casa es un adorno

Sólo se activa cuando Andrés quiere hacerme una broma y como los perritos sé que si suena el timbre es él o alguien que se equivocó de casa.

***

– ¿Quién es?

– Venimos a hacer la revisión del gas.

– ¿Ya?

– ¡Sí! ¡Ya!

Bajé corriendo, abrí la puerta y, ¡Oh! ¡Cuánta amabilidad!

– ¿Cuál es su nombre?

– Elsy Rosas Crespo.

– Elsy, qué nombre tan bonito.

– Sí, lo más bonito es que no soy Elsy María, sólo Elsy. Aquí todas se llaman María porque quieren ser vírgenes por siempre.

– Los esperaba el lunes.

– Pensé que no la íbamos a encontrar.

-¡Qué cocina tan bonita!

– ¡Qué casa tan bonita!

– Ojalá todas las estufas estuvieran tan limpias como la suya y todas las casas a las que vamos fueran tan bonitas como la suya.

Ay, Dios, cuánta amabilidad.

Todo está perfecto, ojalá no llegue tarde.

***

Son las 5:15, la revisión duró apenas quince minutos, si tengo suerte llego a tiempo.

Subí corriendo al segundo piso, me miré en el espejo como todos los días antes de salir y descubrí el motivo de tanta amabilidad:

Se me olvidó ponerme la chaqueta.

Tenía una blusa apretadísima que me dejaba ver bien la forma de las tetas y, claro, ese fue el motivo de tanta amabilidad, de tantos elogios a mi nombre, a la limpieza de mi estufa, a la belleza de mi cocina, a lo bien acogido que se sintió en  La casa de la fantasía.

Imagen

Le narré la historia a Andrés y sonreímos juntos, recordamos lo complicado que es para los hombres contenerse ante un par de buenas tetas muy apretadas dentro de una blusa, más si la señora es una señora muy seria. Esas tetas son sólo para mí porque nunca me quito la chaqueta aunque esté muerta de calor si tengo puesta una blusa muy apretada. No soporto las miradas.

Hasta un simple muchacho que revisa si hay fugas de gas se convierte en el más caballero de los hombres de todo el Universo por algo que está más allá de su entendimiento. La caballerosidad nacida así -sin la chaqueta puesta- no me gusta. Me gustan los caballeros que lo son siempre, los que quieren navegar en mis ojos o tratan de leer mis pensamientos,  esos caballeros son los más inteligentes.

 

 

Un buen cuento tiene la carga emotiva del momento culminante

25 Abr

Un buen cuento tiene la carga emotiva del momento culminante, del acontecimiento, del instante y el impacto. Escribir es ser sacudido por un desdoblamiento entre el tiempo sucesivo que implica el lenguaje y lo que por una ráfaga de relámpago escapa al orden del tiempo. El estado de la mente creativa exige una hiperlucidez de los sentidos; es necesario limpiarlos de las capas superpuestas de la rutina, del cansancio y la repetición para sostener el sentido de la novedad: «Me arriesgaré a ir más lejos: afirmo que la inspiración tiene algo que ver con la congestión, y que todo pensamiento sublime se presenta acompañado de una sacudida nerviosa, más o menos fuerte,  que repercute hasta en el cerebelo».

Galia Ospina

El ejercicio de escribir un cuento

25 Abr

El ejercicio de escribir un cuento implica todo un aprendizaje del ojo. Es en lo ordinario, habitual y cotidiano en donde el escritor debe ser capaz de percibir con una mirada nueva y plena de imaginación, ese rasgo de la realidad que brilla por un instante para volver a sumergirse en las sombras. El lector que pasa su mirada a través de las palabras debe sentir también ese momento privilegiado en que la realidad se ilumina . El acto de leer es un gesto de amor: implica saltar el abismo que siempre existirá entre el lector y el texto que se perfila como otredad. Es el umbral en donde sucede el encuentro. Si el cuento es bueno, generará toda una atmósfera que el lector captará de acuerdo con su experiencia y sensibilidad . Para que un cuento se torne inolvidable debe clavarse en el corazón del lector, hacerle sentir que lo narrado también podría ocurrirle a él. Es en este momento cuando el lector y el escritor se identifican, creando por un breve momento un bello eclipse entre lo ajeno y lo propio, entre la soledad y la complicidad.

Galia Ospina