Varias veces he intentado escribir ensayos como los que escribía hace veinte años. Cuando voy en la página diez desfallezco, pierdo el impulso, tropiezo y caigo. Siento que no tengo nada más que decir y quedo muda.
El último intento fue una novela de terror interactiva. En la mente todo parecía perfecto, cuadraban las piezas del rompecabezas, sabía exactamente cuál escena iba después de la anterior. Cuando llegué a la página diez perdí el entusiasmo y decidí abandonar ese proyecto porque la vida no vale la pena si tenemos que esforzarnos para que las cosas salgan bien, para cumplirnos a nosotros mismos y demostrarle al público lo inteligentes, creativos y sensibles que podemos llegar a ser.
Lo mío no es correr sino fluir, no es la fuerza ni el deseo lo que me embarga, sino la emoción. Si no me gusta no lo hago y si me gusta lo hago muy bien, sin esfuerzo. Mi medida ideal son dos cuartillas, un impulso que va desde el comienzo hasta el final. Si me detengo me pierdo, si imagino el texto escrito no lo escribo, si hago una pausa breve para comer o para ir al baño pierdo el impulso y echo todo a perder. Así de serio es el asunto.
Parece que estoy condenada a escribir a partir de impulsos que duran muy poco tiempo, experiencias narradas de hechos sin importancia que puedo hacer pasar por grandes epopeyas; ideas que pasan por la mente mientras camino, nada que sea producto de una larga reflexión, fruto del estudio, la investigación, la profundización, el insomnio, la depresión, la locura, la desesperación o el ceño fruncido. No, nada de eso, aquí no hay dramas, todo fluye con naturalidad.
Me condené a las superficies, al camino fácil, a la escritura poco meditada y poco estructurada, a hacer de cada post un ejercicio de diversión pura. A mí me gusta escribir de esa manera y cada día hay más público cautivado porque parezco una loca desquiciada o un ángel caído del cielo que viene a revelar la verdad de todas las cosas.
Hay quien me felicita, hay quien llora de emoción con cada composición, hay quien cree que tengo tesoros ocultos en mi mente que me niego a revelar porque los lectores todavía no están preparados para tan memorable acontecimiento.
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