¡Qué hermosos son los versos que me envías! Su ritmo es dulce como la caricia de tu voz cuando incluyes mi nombre en tu tierno balbuceo. Perdóname si me parecen los más bellos de todos cuantos has escrito. No es amor propio lo que he sentido al pensar que estaban hechos para mí, no, es amor, es ternura. ¿Sabes que tus brazos de sirena hechizarían al más duro? Sí, hermosa mía, me has apresado con tu encanto, me has empapado con tu sustancia. ¡Oh!, si he podido parecerte frío, si mis sátiras son rudas y te hieren, quiero, cuando vuelva a verte, rodearte de amor, de voluptuosidad, de embriaguez; quiere colmarte con todas las felicidades de la carne, hasta cansarte, hasta hacerte morir. Quiero que te asombres de mí y que, en tu interior, te confieses que ni siquiera habías soñado que existiesen semejantes arrebatos. Yo he sido feliz y deseo que tú lo seas también. Quiero que, cuando llegues a vieja, recuerdes estas pocas horas, y que tus huesos ya resecos, se estremezcan de gozo al recordarlas.
Flaubert, a Louise Colet
Me ha gustado, si. Pero, no creo que sea la carta de amor que a cualquier mujer le gustaría recibir. Creo que eso sería algo más del estilo:
Querida mía,
Puedo vivir sin ti. Pero no quiero. ¿Puedes bailar conmigo esta noche, y el resto de noches que nos quedan?