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Celos sin motivo

18 Nov

Este año no ha sido fácil en el campo profesional. De la nada han aparecido personas que se cruzan conmigo y me reclaman como si estuviera tomando algo que les perteneciera y ese algo tiene que ver con el conocimiento y la expresión de la sensibilidad a través de la palabra escrita, contra la expresión oral no me reclaman nada. Debe ser porque casi siempre que habla un intelectual evito abrir la boca en su presencia.

Me han dicho de tres formas diferentes que no sé nada, que no cuento como crítica, como escritora ni como artista, que soy uno de los seres más insignificantes con los que se han cruzado en la vida. Yo los miro con asombro, a punto de echarme a llorar. Ellos me miran con asombro también, un poco avergonzados y confundidos. Caen en cuenta, saben que no soy yo quien busca cruzarse con ellos sino que son ellos quienes buscan cruzarse conmigo. Saben que por mí sería la mujer invisible. Evito los contactos humanos, hago todo lo posible por no existir como persona y si escribo en un blog es precisamente para evitar todo lo que implica publicar un libro y ser amiga y colega de mis amigos los escritores colombianos, los editores y los periodistas.

Quienes se cruzan conmigo son autores, personas que han publicado uno o veinte libros, tienen hermosas biografías en Wikipedia escritas por ellos mismos y están seguros de que figurarán en la Historia de la Literatura Colombiana. Yo no aspiro a semejantes honores, me basta con ser una pobre profesora de Expresión Oral y Escrita y Semiolingüísta para estudiantes de Comunicación Social y Mercadología. No me teman, soy Profesional en Estudios Literarios pero eso no dice nada de mí, terminé enamorada del neuromarketing, el embalaje y los mensajes emocionales de Coca-Cola. Ese me emociona más que construir versos y componer historias. No se preocupen por mí, yo no cuento como La competencia.

 

Matrimonio y presión social

18 Nov

Hasta los 42 años viví sola y el hecho de vivir sola formaba parte de mi plan de vida: era una mujer emancipada, había leído todos los tratados de la feminista elegante, sabía lo que hacía y me sentía bien pensando en el pasado y en el futuro. Estaba orgullosa de mi inteligencia y de mi carácter para tomar decisiones de tal envergadura en una asquerosa sociedad en la que todavía se considera que la mejor carrera para una mujer sigue siendo el matrimonio y la maternidad.

Antes de los treinta la presión más fuerte de parte de mi prójimo consistía en convencerme de que tuviera un hijo, aunque sea un hijo en vista de que no desea un hombre. Una mujer sola parece no valer nada ante la mirada de mucha gente.

En vista de que me negaba a ser una devota esposa, podría darme el lujo de tener un hijo, de realizarme como mujer, de ser una madre ejemplar, una hermosa madre cabeza de hogar que sacrificó su vida y su juventud por amor, por sacar a su hijo adelante, sola. ¡Pobrecita! 

Voy a cumplir dos años durmiendo todas las noches con un hombre al lado, no permanecemos como siameses porque él tiene su vida y yo tengo la mía, no me cuida ni me protege porque no necesito que me cuiden ni me protejan puesto que no tengo problemas de déficit cognitivo, porque trabajo y tengo definido el rumbo de mi vida desde hace mucho tiempo.

¡Pero qué peso tan grande me quité de encima sólo por dormir todas las noches con un hombre al lado!

Mi familia ha dejado de llamarme por teléfono y ahora son más escasas las invitaciones para divertir a la tía. Si la tía no iba a algún festejo lo tomaban como que la tía es un poco amargada; si la tía se divertía más de la cuenta debe ser porque su vida es tan miserable que se pasa de divertida cuando se reúnen con ella.

Los vecinos también me tratan con más respeto ahora, las señoras casadas han dejado de mirarme con recelo y los señores han dejado de mirarme con mirada pícara de soltera sin compromiso. De mujer necesitada de macho para que la caliente en estas noches tan frías.

Pero lo más cómodo de mi nuevo estado es la reacción de los lectores en Twitter. Hace dos años casi todo lo que escribía, el tono en que lo escribía se debía a que vivía sola, así interpretaban mi supuesta agresividad. Lo del novio es irrelevante: una mujer de 42 años no debe tener novio sino esposo o «compañero sentimental», novio no, si tiene novio sigue siendo solterona. Por tener 42 años y vivir sola se daba por hecho que era depresiva, amargada, loca, sola, sin vida sexual, con dos o más gatos y muchas matas para consentir… Nada de eso es cierto, mi vida es más o menos igual a  la de hace dos años, la gran diferencia consiste en que jugamos a la casita con Andrés y ha sido muy divertido, no es nada serio porque aquí no hay niños que le puedan poner seriedad, no somos una familia feliz. 

Andrés y yo hemos sigo testigos de los dos tipos de trato durante nueve años. El ha estado ahí viendo cómo él es neutro, él no existe, él sólo es un hombre y su condición no cambia si está solo, si tiene novio, si vive con una mujer y si tiene gato. Pero una mujer de 42 años sin marido es un asunto muy particular.

Dos años de convivencia con un hombre me han puesto a pensar en la presión social tan fuerte que tienen las mujeres, en el sentimiento de valía que recae sobre ellas a partir de su estado civil. No importa si una mujer se siente bien estando casada o si se siente bien compartiendo su vida con un hombre, lo que importa es que viva con un hombre. Parece que no importara nada más.

Andrés es un hombre bueno, dulce y noble. No es celoso, agresivo, infiel, alcohólico ni depresivo. No afecta mi vida personal ni intelectual de ninguna manera y eso es maravilloso. Pero pienso en todas las mujeres que soportan hombres desagradables y malos, agresivos y machistas, hombres que saben que viven con mujeres que soportan todo tipo de malos tratos y saben que las mujeres soportarán hasta el último momento porque es más respetable una mujer con un hombre que una mujer sola, aunque la mujer sola viva en las mejores condiciones, aunque se sienta muy bien viviendo sola y no tenga necesidad de justificarlo.

¿Por qué es así de triste la vida?