Dos, tres vibraciones. Al otro lado de la línea Martín de Francisco dice: –Mirá, es que… es que yo te llamaba porque… porque yo ayer estaba metido en lo de la obra, tenía que ensayar y… –la voz, un hilo frágil, lleno de pausas–. Quisiera saber si podemos repetir otra vez la conversación… pues, vos sabés… no toda… entendeme… solo unas partes –una pausa como un silencio empecinado. El hombre respira hondo–. Mirá, a mí me da pena con vos… pero… es que yo pensando en el ensayo dije cosas que no… no sé… no creo que eso haya salido bien…
Es la mañana de un martes de septiembre y a tres segundos de que sean las nueve –luego de establecer un lugar, una hora– la conversación se corta. Días después, dirá: –Yo soy obsesivo con vainas que debí decir o que no debí decir nunca y eso no me deja tranquilo…, ¿me entendés? Yo soy neurótico, en el sentido de que sufro mucho de ansiedad social, no me gustan ni las reuniones… ni las mesas redondas… ni nada que tenga que ver con cosas públicas… A veces me siento cómodo con lo que soy hoy, aunque eso no quiere decir que esté pleno o sea feliz… y ¿sabés? Antes era más temeroso, yo ahora no le rehúyo al miedo, lo dejo estar ahí.
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