El discurso sobre las drogas se ha traspasado, a lo largo del tiempo, de una sustancia a otra, borrando en cada momento los matices de la realidad. La visión homogeneizante impide ver la diferencia radical que existe entre los consumidores: un mama arhuaco que encuentra en el mambeo un camino a la sabiduría, un yuppie deseoso de eficiencia que mete compulsivamente cocaína, un indígena embera que consume chicha para una sesión de sanación, un asesino que se da en la cabeza con roches, una mujer triste que busca en los antidepresivos un aliento para su alma, un consumidor de basuco que ha soplado todo su patrimonio, un marihuanero expulsado de la universidad, un indígena que no abandona su botella de aguardiente Platino, un intelectual vencido por el alcohol.
Alonso Salazar, en Drogas y narcotráfico en Colombia. Bogotá, Planeta. 2001.
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