Nicolás Gómez Dávila: un colombiano dispuesto a decir lo que pensaba

28 May

Casi todos los autores se vanaglorian de decir la verdad, de desnudar su alma sensible a través de la palabra pero casi todos mienten, es parte de su condición humana, de su miedo, su interés, su deseo de ser amados, su búsqueda eterna de  vida fácil y cómoda. Reflexionan así: sentirme amado, comprendido y admirado por  mis contemporáneos me asegura un puesto en la historia de la literatura y le da bienestar a mi miserable existencia. Eso deben pensar cada mañana al despertar Héctor Abad Faciolince, Ricardo Silva Romero, Alberto Salcedo Ramos y otros treinta tontos más que se toman por joyas vivas de la literatura colombiana contemporánea. El 98% de estos inocentes seres mueren engañados y son olvidados pronto.

Nicolás Gómez Dávila lo resumiría así:

Del que se dice que “pertenece a su tiempo” sólo se está diciendo que coincide con el mayor número de tontos en ese momento.

Ayer  tuve el placer de leer por primera vez con atención las frases contundentes de este bogotano amargado, fanático, culto, clasista, soberbio y cruel y supe que es como mis autores favoritos, amigos de las sentencias que debieron gozar como niños mientras las escribían y que por lo general son  mansas palomas, gente que pasó la mayor parte de su vida leyendo y que cuando tomaron la mala decisión de compartir un momento con sus semejantes enfermaron al regresar a su cuarto y reflexionaron sobre lo vivido mientras escribían y vomitaban. Casi todos los autores dispuestos a decir lo que piensan son más o menos así.

Nuestro autor no tiene problema en llamar bobo, tonto, idiota o imbécil a su lector y eso es maravilloso. Si escribe de esta manera es porque no le interesa nada, ni siquiera que los demás crean que se trata de un alma sensible:

Los reaccionarios les procuramos a los bobos el placer de sentirse atrevidos pensadores de vanguardia.

El manifiesto firmado por más de tres personas resulta siempre un ejemplo más del mismo tema idiota.

La presencia de un imbécil entristece.

Las nomenclaturas metafóricas (v. g. cuerpo social — cerebro electrónico— etc.) proveen de soluciones y de enigmas al imbécil.

La “explicación” no necesita ser cierta para tranquilizar al tonto.

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A los escritores de frases maravillosas no vale la pena comentarlos sino citarlos, voy a conseguir todas las frases de este bogotano ilustre y prometo seleccionar las mejores para deleite de todos. Tenía que decir lo admirable que me parece este autor porque es extraño este tipo de escritura en países felices, violentos, despiadados, dominados por la ignorancia, el alcoholismo, la promiscuidad, el mal gusto, la superficialidad y la tontería como Colombia. No somos tan poca cosa finalmente. Hay países que no tienen su Nicolás Gómez Dávila, su José Asunción Silva ni su Fernando Vallejo.

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