Discurso sobre la nueva servidumbre voluntaria

23 Mar

Hace menos de cinco años según  el 84% de los colombianos  Alvaro Uribe Vélez era el mejor presidente de Colombia. Hoy, en pleno 2013, ese hombre que se constituía en el Uno para tantos es un simple tuitero, un pobre hombre que revisa su teléfono cada cinco minutos, duerme con el aparato  en la mano y redacta tuits en estado de sonambulismo. El Uno del 84% se convirtió en un idiota más. El goza, como tantos millones de pobres seres en todo el mundo- en nuestro maravilloso mundo globalizado- de la nueva servidumbre voluntaria, la servidumbre a las nuevas tecnologías, a estar hiperconectados y actualizados.

Ulises dijo públicamente que “No es bueno tener varios amos; tengamos sólo uno. Que sólo uno sea el amo, que sólo uno sea el rey”. El antiguo Uno colombiano no tiene un solo amo, un solo rey, él cuenta con diferentes aparatos tecnológicos y varias redes sociales. Con esos soportes, esos nuevos medios de comunicación, despliega todo su poder, su poder virtual. ¿en qué se ha convertido nuestro Uno?

¿Cómo es posible que tantas personas: hombres, mujeres y niños, ignorantes y gente cultivada estén sometidos a un solo tirano que no tiene más poder que el que ellos le dan, que sólo puede perjudicarles porque ellos lo aguantan, que no podría hacerles ningún mal si no prefiriesen sufrirle a contradecirle. Puede ser el teléfono móvil, el Ipod, el Ipad o cualquier otro objeto que empiece con la letra I o que le dé al usuario la sensación de que por usar ese aparato algo en su cerebro ha empezado a cambiar, de manera positiva, claro.

Resulta cosa verdaderamente sorprendente, aunque sea tan común que más cabe gemir que asombrarse, ver a millones de seres en todo el mundo miserablemente esclavizados, con la cabeza bajo el yugo, no porque estén sometidos por una fuerza mayor sino porque han sido fascinados, embrujados podríamos decir, por el nombre de un aparato tecnológico. No lo deberían amar, no le deberían temer porque es  inhumano, es un simple objeto, deberían pensar que es absurdo darle besos a una nevera o a una impresora y preguntarse por qué ellos besan y pueden amar al teléfono o al reproductor de música.

Esta es la debilidad de los hombres, las mujeres y los niños: forzados a la obediencia, obligados a contemporizar, no siempre pueden ser los más fuertes. Por tanto, si una marca, coaccionada por la fuerza de las novedades, se ve sometida al poder de uno sólo, como la ciudad de Atenas se vio sometida a la dominación de los treinta tiranos, no hay que extrañarse de que actúe como sierva, sino, más bien, deplorarlo. O, más bien, no extrañarse ni compadecerse de ello, sino soportar la desgracia con paciencia y reservarse para un futuro mejor.

Pero, por Dios, ¿qué es esto? ¿Cómo denominar a esta desgracia? ¿Cuál es este vicio, este vicio horrible, por el que un número infinito de seres no sólo obedecen, sino que sirven, no sólo son gobernados, sino tiranizados, de forma que no les pertenecen ni sus bienes, ni sus parientes, ni sus hijos ni su vida misma? Se les ve sufrir las rapiñas, las arbitrariedades y las crueldades que les son infligidas, no por un ejército ni por una bárbara bandería frente a los que cada uno debería defender su sangre y su vida, ¡sino por aparato que lo tiene esclavizado, un solo aparato con diferentes funciones! No un Hércules o un Sansón, sino un objeto que frecuentemente es el más común de los objetos porque se puede comprar en cualquier centro comercial.

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