Historias breves para lectores perezosos

7 Feb

La frase con alambre de púas:

La frase con alambre de púas, la palabra laboriosamente rara, la afectación intelectual del estilo, son todos trucos divertidos, pero inútiles.

Un imbécil:

Porque un imbécil tenga dos pies como yo, en vez de cuatro como un burro, no me creo obligado a quererlo, o al menos, a decir que lo quiero y que me interesa.

Un barrio libre:

Uno puede preferir un barrio de vida libre y fácil donde rompan las botellas vacías en la acera los sábados por la noche. Pero en la práctica no es muy cómodo.

La vista:

Nuestro autor radial vino una vez a verme aquí y se sentó frente a esta ventana y lloró de lo hermosa que encontraba la vista. Pero nosotros vivimos aquí, y al diablo con la vista.

El amor:

El amor, después de todo, no es sino una curiosidad superior, un apetito de lo desconocido que te empuja a la tormenta, a pecho abierto y con la cabeza adelante.

No te repitas jamás:

No te repitas jamás. Si a las tres has dicho algo estupendamente ingenioso y lo repites dos veces en la siguiente hora, todos se inclinarán a pensar que eres un imbécil.

La confesión:

En toda confesión, en toda representación, se introduce fácilmente la deformación, y lo más tierno, lo indecible, se puede convertir, con un movimiento de la mano, en vulgar.

La garra del león:

No es el temperamento violento, es la prudencia lo que hace parecer terrible y amenazador; de tal manera, el cerebro del hombre es un arma más terrible que la garra del león.

Los ojos del amor:

Cuanto más se aproxime una persona a otra, tanto menos consecuente en sus empresas y consistente en su interior le parecerá, a no ser que la vea con los ojos del amor.

La utopía:

Que cada uno se contente con ser honesto, quiero decir con cumplir su deber y no fastidiar al prójimo, y entonces todas las utopías virtuosas se verán rápidamente rebasadas.

El burro:

No hay un cretino que no haya soñado ser un gran hombre, ni un burro que, al contemplarse en el arroyo junto al que pasaba, no se mirara con placer, encontrándose aires de caballo.

El hermano de Dios:

Soy el hermano en Dios en todo lo viviente, de la jirafa y del cocodrilo tanto como del hombre, y conciudadano de todos los inquilinos del gran caserón amueblado que es el Universo.

Los éxitos de un amigo:

Todo el mundo puede simpatizar con los sufrimientos de un amigo; pero se requiere una naturaleza excepcionalmente pura, realmente individualista, para simpatizar con los éxitos de un amigo.

Los caminos.

El recordar una determinada imagen no es sino echar de menos un determinado instante, y las cosas, los caminos, los paseos, desgraciadamente son tan fugitivos como los años.

El ángel de la sociabilidad:

Un hombre será tanto más poderoso lingüísticamente cuanto más profunda sea la soledad en la que se arraiga. A la inversa, el hombre más social, el ángel de la sociabilidad, debería callar y observar.

El escritor socialista:

Es fácil, con una jerga convenida, con dos o tres ideas en boga, hacerse pasar por un escritor socialista, humanitario, renovador y precursor de ese porvenir evangélico soñado por los pobres y por los locos.

Un licor precioso:

El odio es un licor precioso, más caro de aquel del los Borgia, pues está hecho con nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño, y dos terceras partes del nuestro amor. Es necesario ser avaro con él.

Las dichas futuras:

Las dichas futuras, como las playas de los trópicos, proyectan sobre la inmensidad que les precede sus suavidades natales, una brisa perfumada, y uno se adormece en aquella embriaguez sin siquiera preocuparse del horizonte que no se vislumbra.

Voy a mandarlo todo al infierno:

Tengo una historia en mente que espero escribir antes de morirme. No tendrá casi nada de dureza en la superficie. pero la actitud de mandarlo todo al infierno, que en mí no es una pose, probablemente aparecerá de todos modos.

No hay que escribir de noche:

¿Qué hago en mi vida cotidiana? Escribo cuando puedo y no escribo cuando no puedo; siempre por la mañana o en la primera parte del día. De noche, uno tiene ideas muy brillantes, pero no se sostienen. Esto lo descubrí hace mucho.

Un engreído que se hace pasar por mí:

Odio la publicidad, sinceramente. He pasado por la piedra de molino de las entrevistas y las considero una pérdida de tiempo. El tipo que encuentro en esas entrevistas haciéndose pasar por mí suele ser un engreído al que no me gustaría conocer.

No descuides este diario:

El edificio de tu existencia es complicado y frágil, como la arquitectura de un navío; un accidente, una vía de agua, y todo está en peligro y el brillante navío se hunde entre las olas. No te abandones a ti mismo y no interrumpas tu educación, es decir: no descuides este diario.

El disidente:

Escribir es ser un disidente de la realidad, escaparse de los destinos marcados donde cada año significa una suma de meses frente a un despacho impersonal que convierte la vida en una duración insoportable. Se va de la casa a la oficina y de la oficina a la casa en un círculo abominable e infernal.

Estilo:

Todo el talento de escribir no consiste, depués de todo, más que en la elección de las palabras. La precisión es la que hace la fuerza. En el estilo es como en música: lo más hermoso y lo más raro que hay es la pureza del sonido.

Los buenos modales:

Me gusta la gente con modales, algo de intuición social, una educación ligeramente por encima del Readers Digest, gente cuyo orgullo de vivir no se exprese en sus aparatos de cocina o sus automóviles.

Las promesas:

Promete realizar todo lo que te pidan. Prométele con tanto júbilo que cualquier duda sobre tu promesa se disuelva enseguida. Si luego no cumples lo prometido, habrás sido alabado de tal modo, que ya no valdrá la pena decir lo contrario de ti.

El impaciente:

Recuerda que todo el que te ha hecho partícipe de su sufrimiento o te ha contado algo acerca de su amor ha despertado en ti un vago sentimiento de impaciencia. No cometerás así jamás el burdo error de ocupar a otros contigo cuando quieras que se ocupen de ti.

Tus ojos frente al espejo:

Ejercita cada día tus ojos poniéndote frente al espejo. Tu mirada debe aprender a posarse silenciosa y pesadamente sobre el otro, a disimular con velocidad, a aguijonear, a protestar O a irradiar tanta experiencia y sabiduría que tu prójimo te dé la mano temblando.

Finge un malestar:

Cuando estés mal, harás bien en intentar ocultarlo. Pero si gozas de éxito, a tu alrededor surgirán odios y envidias, así que finge un malestar pulmonar o un dolor de riñones y cómprate una sepultura: todo enemistad se desvanecerá.

Banaliza todo:

Durante siglos, a todas las cosas se les suscribieron profundidades que en verdad nunca han tenido. Esto ha sido la causa de grandes desgracias. Banaliza todo; cosecharás éxitos y sembrarás oportunidades.

Una panza y un hijo:

No permitas que tu vida se vuelva demasiado regular. Podrás encontrar satisfacción en ello y en un año tener una panza y un hijo. Todo derrumbe ocurre de prisa. Y a menudo cae el más fuerte sin poder ponerse de pie de nuevo.

El odio:

Revelar cólera u odio en las palabras o en los ademanes es inútil, peligroso, imprudente, ridículo y vulgar. No se debe, pues, manifestar cólera u odio sino por actos. La segunda manera obtendrá tantos más éxitos cuando mejor se preserve uno de la primera.

Estilo (2):

Hay que leer, meditar mucho, pensar siempre en el estilo y escribir lo menos posible, sólo para calmar la irritación de la idea que exige tomar forma, y que se revuelve en nuestro interior hasta que le hemos encontrado una exacta, precisa, adecuada a ella misma.

Galanteos sentimentales:

La prueba de que no soy un fanático de los tonos crudos y de las ideas absolutas es que, tanto como me gustan en arte los amores desordenados y las pasiones que gritan, tanto me gustan en la práctica las amistades voluptuosas y los galanteos sentimentales.

Me pones cachondo:

Lo que a mí me parece lo más elevado del Arte (y lo más difícil) no es hacer reir ni llorar, ni poner cachondo o enfurecer, sino obrar al modo de la naturaleza, es decir, hacer soñar. Por eso las obras más hermosas poseen ese carácter. Son serenas de aspecto e incomprensibles.

Un terremoto en Livorno:

Me hablas de un terremoto en Livorno. Aunque abriera la boca al respecto, para dejar escapar las frases consagradas en semejante caso: «¡Es lamentable! ¡Qué horrible desastre! ¿Será posible? ¡Ay, Dios mío!», ¿devolvería la vida a los muertos y sus bienes a los pobres?

Mis palabras favoritas:

La mortal repetición de palabras favoritas hasta que a uno le hacen gritar de impaciencia. Y las palabras favoritas son siempre pequeñas palabritas a medias arcaicas como jejuney umbrage y vouchsafe, ninguna de las cuales la persona de educación media podría siquiera definir correctamente.

Apetito:

San Vicente de Paúl obedecía a un apetito de caridad, como Calígula a un apetito de crueldad. Cada uno goza a su estilo y para sí solo; unos, reflejando la acción sobre sí mismos, convirtiéndose en su causa, centro y finalidad; otros, convidando al mundo entero al festín de su alma.

El éxito no me tienta:

El éxito no me tienta. Lo que me tienta es lo que puedo darme, mi propia aprobación; y quiza acabaré por prescindir de ella, como habría que tenido que prescindir de la de los demás. Así pues, traslada todo eso a ti, sobre ti, Trabaja, medita, medita sobre todo, condensa tu pensamiento.

La patria:

La patria es la tierra, es el universo, son las estrellas, es el aire, es el propio pensamiento, es decir, lo infinito dentro de nuestro pecho. Pero las querellas de pueblo a pueblo, de municipio a barrio, de hombre a hombre, me interesan poco, y sólo me divierten cuando constituyen grandes lienzos en fondo rojo.

La muerte nos amenaza:

No es necesario ser un espíritu muy cultivado para comprender que no hay aquí abajo satisfacción verdadera y sólida; que todos nuestros placeres no son otra cosa que vanidad; que nuestros males son infinitos; y que, en fin, la muerte que nos amenaza en todos los instantes debe infaliblemente colocarnos dentro de pocos años en la infalible realidad de ser eternamente aniquilados o desgraciados.

Un pobre muchacho:

Si alguna vez se enamora de ti un pobre muchacho que te encuentra hermosa, un chico como era yo, tímido, dulce, tembloroso, que te tiene miedo y te busca, te evita y te persigue, sé buena con él, no lo rechaces, dale solamente tu mano a besar; morirá de embriaguez. Pierde tu pañuelo, lo recogerá y dormirá con él; se revolcará encima, llorando.

Posturas egocéntricas:

Es horrible admirar el libro de un hombre y después conocerlo, y destruir todo el placer que causó su obra con unas pocas posturas egocéntricas, de modo que no sólo a uno le disgusta su personalidad, sino que nunca puede volver a leer nada de él con una mente abierta. Su pequeño ego malo siempre está espiándolo a uno detrás de las palabras.

Mujeres maduras gordas con ojos de cuervo:

La mayoría de los escritores son gente tan fea que sus caras destruyen un sentimiento que quizá podría haberles sido favorables. Quizá soy demasiado sensible, pero varias veces me he sentido tan repugnado por esas caras que no he podido leer los libros sin que la cara se interpusiera. Especialmente esas caras de mujeres maduras gordas con ojos de cuervo.

Tontas entrevistas:

Otros escritores están haciendo cosas todo el tiempo (charlas en ferias del libro, giras de firmas de autógrafos, conferencias, difusión de sus personalidades en tontas entrevistas) que, no puedo evitar pensarlo, los hacen parecer un poco baratos. Para ellos es parte del oficio, para mí, es lo que lo vuelve un oficio.

¿Quiero ganar el premio Nobel?:

Cada cosa que uno alcanza elimina un motivo para querer alcanzar algo más. ¿Quiero ser un gran escritor? ¿Quiero ganar el premio Nobel? No si es demasiado trabajo. Qué diablos, les dan el premio Nobel a demasiados mediocres para que me interese. Además, tendría que ir a Suecia y ponerme un frac y pronunciar un discurso. ¿El premio Nobel vale todo eso? Diablos, no.

Los editores:

¿Por qué diablos esos idiotas editores no dejan de poner fotos de escritores en sus sobrecubiertas? Compré un libro perfectamente bueno… estaba dispuesto a que me gustara, había leído sobre él y entonces le echo una mirada a la foto del tipo y es obviamente un completo imbécil, una basura realmente abrumadora (fotogénicamente hablando) y no puedo leer el maldito libro.

Un golpe mal dirigido:

Existen personas que se fabrican tanto odios como admiraciones, irreflexivamente. Esto constituye una imprudencia; es granjearse enemigos sin razón ni provecho. Un golpe mal dirigido no hiere menos el corazón del rival al que estaba destinado, sin contar con que puede herir a derecha o a izquierda a uno de los testigos del combate.

Un espíritu cultivado:

No es necesario ser un espíritu muy cultivado para comprender que no hay aquí abajo satisfacción verdadera y sólida: que todos nuestros placeres no son otra cosa que vanidad; que nuestros males son infinitos: y que, en fin, la muerte que nos amenaza en todos los instantes debe infaliblemente colocarnos dentro de pocos años en la infalible realidad de ser eternamente aniquilados o desgraciados.

Las grandes orgías:

No son las grandes desgracias las que crean la desgracia, ni las grandes felicidades las que hacen la felicidad, sino el tejo fino e imperceptible de mil cinscuntancias banales, de mil detalles tenues, que componen toda una vida de paz radiante o de agitación infernal. No son las grandes cenas ni las grandes orgías las que alimentan, sino un régimen seguido, sostenido. Trabaja cada día pacientemente un número igual de horas. Toma el hábito de una vida estudiosa y tanquila; primero saborearás en ella un gran encanto y sacarás fuerza.

Las propias respuestas:

Mi experiencia en ayudar a la gente a escribir ha sido limitada pero en extremo intensiva. Lo he hecho todo, desde dar dinero a futuros escritores para que vivan, hasta darles argumentos y reescribir sus textos, y hasta el momento no ha servido para nada. La gente que Dios o la naturaleza quiso que fueran escritores encuentran sus propias respuestas, y los que tienen que preguntar es imposible ayudarlos. Son simplemente gente que quiere ser escritora.

Ser escritor:

El hombre quiere revelar su propia imagen en la acción, pero esa imagen no se le aparece. Un personaje sale de su casa queriendo ser escritor, pero su destino sólo dibuja el fracaso, la errancia. La vida puede cambiar en un punto de quiebre. De repente todo es arena. El barco se hunde en la insportable tormenta y nuestros cuerpos son arrojados a la deriva. Todo el desierto en la piel. Todo el dolor en los ojos. Caminando entre ruinas en la inútil tarea de unir los fragmentos. Sumergidos en la profundidad del agua vislumbramos por un instante la otra orilla. Salimos de lo oscuro para entrar en lo oscuro. Pequeñas muertes se van dando en el transcurso de la vida. Pequeñas resurrecciones…

Lo cómico:

«La seriedad mira a través de lo cómico, y cuanto más profundamente se alza desde abajo tanto mejor, pero no interviene. Naturalmente, no considera cómico lo que quiere en serio, pero sí puede ver lo que de cómico hay en ello. De este modo lo cómico depura lo patético, y viceversa, lo patético da énfasis a lo cómico. Por eso, lo más devastador sería una concepción cómica configurada de tal modo que secretamente actuase en ella la indignación, pero sin que, de pura risa, nadie lo notara. Lo vis comica es el arma que exige mayor responsabilidad, y por eso tan sólo está sustancialmente a disposición de quien posea el pathos correspondiente. Quien por ejemplo sepa dejar en ridículo a un hipócrita, también podrá aplastarlo con su indignación. En cambio, el que quiera emplear la indignación y no posea la correspondiente vis comica sucumbirá fácilmente a la declamación y resultará cómico él mismo.

La mansa paloma:

Un animal que se muestre perfectamente altruista, que siempre le cede el turno a sus compañeros, que no acapare recursos vitales cuando se presenta la oportunidad, que no responde con violencia a las agresiones o a las injusticias, que no se muestre vengativo, que no se interese en el sexo, que no descanse de trabajar en bien de sus parientes o que no se alimente en abundancia cuando las circunstancias lo propicien, ese animal no dejará descendientes, o dejará muy pocos, en relación con sus compañeros de grupo. En cambio, los lujuriosos, los egoístas, los altruistas con sus parientes próximos, los ventajosos, los agresivos, los maquiavélicos, los codiciosos y los avaros tenderán a dejar más descendientes y en consecuencia, esas «virtudes» – «pecados» desde la perspectiva humana- serán elegidas por la selección natural para incorporarlas en la dotación biológica de cada especie. Y el hombre no es ninguna excepción.

Prefiero ser afortunado que bueno:

El hombre que dijo: «preferiría ser afortunado que bueno» tenía una profunda perspectiva de la vida. La gente teme reconocer que parte tan grande de la vida depende de la suerte. Da miedo pensar que sea tanto sobre lo que no tenemos control. Hay momento en un partido en que la pelota alcanza a pegar en la red y por una décima de segundo puede seguir su trayectoria o bien caer hacia atrás. Con un poco de suerte, sigue su trayectoria y ganas. O tal vez no y pierdes.

La verdadera felicidad:

El gran error de la naturaleza humana es adaptarse. La verdadera felicidad está construida por un perpetuo estado de iniciación, de entusiasmo constante. Y aquella sensación sólo la producen las cosas nuevas que nos ofrecen resistencia o que aún no hemos asimilado. El matrimonio destruye el amor, la posesión mata el deseo, el conocimiento aniquila el placer, el hábito la novedad, la destreza, la conciencia. Ser el eterno forastero, el eterno aprendiz, el eterno postulante: he allí una forma para ser feliz. Un fórmula sin embargo difícil. La naturaleza humana reclama la estabilidad. La estabilidad en el amor, en la residencia, en el pensamiento. Hay en nosotros una pesada carga de sedentarismo que nos obliga a vivir en un sitio, querer a una mujer, pertenecer fiel a una ideología. Y esto es terrible pero necesario. Necesario porque tiene sus compensaciones, y porque hace posible, además, la vida social. El nomadismo, como lo concibo -geográfico o intelectual- produciría una sociedad anárquica y primitiva, construida por hombres egoístas y dispersos.

Quién sabe, sin embargo, si esto será lo mejor. Por lo menos cada uno seria feliz -lo creo al menos- y ésta es ya una razón suficiente.

Una casa con tejado:

Es necesario dotar a todo niño de una casa. Un lugar que, aún perdido, pueda más tarde servirle de refugio y recorrer con la imaginación buscando su alcoba, sus juegos, sus fantasmas.

Una casa: ya sé que se deja, se destruye, se pierde, se vende, se abandona. Pero al niño hay que dársela porque no olvidará nada de ella, nada será desperdiciado, su memoria conservará el color de sus muros, el aire de sus ventanas, las manchas del cielo raso y hasta «la figura escondida en las venas del mármol de la chimenea». Todo para él será atesoramiento.

Más tarde no importa. Uno se acostumbra a ser transeúnte y la casa se convierte en posada. Pero para el niño la casa es su mundo. Niño extranjero, sin casa. En casas de paso, de paseo, de pasaje, de pasajero, que no dejarán en él más que imágenes evanescentes de muebles innobles y muros insensatos.

¿Dónde buscará su niñez en medio de tanto trajín y tanto extravío? La casa, en cambio, la verdadera, es el lugar donde transcurre y se transforma, en el marco de la tentación, del ensueño, de la fantasía, de la depredación, del hallazgo y del deslumbramiento.

Lo que seremos está allí, en su configuración y sus objetos. Nada en el mundo abierto y andarín podrá reemplazar al espacio cerrado de nuestra infancia, donde algo ocurrió que nos hizo diferentes y que aún perdura y que podemos rescatar cuando recordamos aquel lugar de nuestra casa.

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