Sí, amigo, los viejos métodos son muy favorecedores
a ciertos tipo de mente,
como un bonete puntiagudo
es favorecedor
a ciertos tipo de cara.
Pero descubro que yo necesito
un poco más de libertad
para expresar mi alma inmortal
(si es inmortal, cosa que uno duda
después de leer a Freud).
Sabes, es tan complicado
aprender los metros
y las rimas,
y hay pocos metros
y menos rimas,
y después de todo, cuando se los ha aprendido,
¿para qué sirven?
Es preciso tener algo que decir
que calce en esa forma seca y cuadrada.
Y yo no tengo.
Realmente en esta civilización que se desintegra
qué puedo tener uno que decir
salvo
que todo es un tedio infernal
y eso ya todos lo saben.
Pero esa es otra clase de poesía
es como mármol.
Cualquiera, creo, puede hacer una cara
con arcilla
aún si sólo es grotesca (y lo grotesco tiene su atractivo).
¿Pero con mármol?
habría que ser escultor para eso,
es decir,
alguien que se ha tomado el trabajo
de aprender su duro oficio.
El grabador del camafeo piensa cuánto tiempo
debe vivir con ese pequeño retrato
antes de terminarlo.
¿No se aburre? Por supuesto, dices,
se aburriría
si no supiera hacerlo bien.
Y yo no sé, como bien sabes.
Aclararía mis ideas incluso
llamándolas
estados de ánimo.
Un pequeño giro de la frase o el pensamiento
en esa dirección o en aquélla
para darle un aire de significar mucho
más de lo que dice.
Una pizca de reacción nerviosa
por el ruido del tren
o el exceso de café
o una mala noche, fumando hasta las dos.
¿A quién se le ocurriría emplear la «forma» para esas cosas?
Y aún así vale la pena ponerlo sobre el papel
en parte porque es divertido
y fácil
y en parte porque
ocasionalmente (sólo ocasionalmente)
a uno le pagan por hacerlo.
Este verso mío es pura inspiración,
es tan fácil como caerse de un árbol,
la única dificultad es saber dónde
parar,
pero llego a este punto vagando
durante
tanto tiempo como quiera
y después
borrando un verso de cada tres:
los agujeros en el sentido (si los hay)
lo hacen todo más
interesante.
Y las palabras mismas significan tanto,
esas cositas bonitas.
«Malva», por ejemplo,
cuánto parece querer decir esa palabra simple,
tanto más de lo que uno puede decir.
Me gusta
escribir una palabra así
y mirarla
con la cabeza inclinada
y darle vueltas
y vueltas y vueltas
hasta marearme un poco
y después sentarme y
charlar un rato
sobre cualquier cosa que me venga
a
la cabeza. Al fin recojo todo
con mi don poético, una suerte de pala, sabes,
y lo salpico caprichosamente sobre
unas pocas
hojas de papel,
y ahi tienes.
Un poema más o menos. Al menos
lo llamamos así
por conveniencia.
No obstante, viejo amigo, espero que consideres
todo esto como confidencial,
estrictamente entre nous, podría decirse,
porque
mucha gente está hablando en serio
sobre nuestros intelectuales norteamericanos
revolucionarios
y no querríamos que se difunda
que somos sólo intelectuales
en bancarrota,
con el buen sentido de las discordias
de un violín quebrado
tocado por un violinista un tanto indiferente
en la conflagración
de un universo
también indiferente.
Raymond Chandler
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