Cuando Albert tenía once meses, Watson y Rayner le mostraron una serie de objetos, entre ellos una rata. Ninguno de los objetos asustó a Albert; le gustaba jugar con la rata. Pero cuando de pronto, dieron un martillazo en una barra de hierro, lógicamente, Albert se puso a llorar. Los dos psicólogos se pusieron a martillear la barra cada vez que Albert tocaba la rata. A los pocos días, casi con toda probabilidad, Albert lloraría en cuanto apareciera la rata, una respuesta condicionada de miedo. Y también le asustaban un conejo blanco y un abrigo de piel de foca, aparentemente había traspasado su miedo a cualquier cosa blanca con pelo. Con sus sarcasmo característico, Watson anuncío la moraleja del cuento:
Dentro de veinte años, los freudianos, a menos que cambien de hipótesis, cuando analicen el miedo de Albert a los abrigos de piel de foca -suponiendo que vaya a psicoanalizarse a esa edad- desentrañarán un sueño por el cual su análisis mostrará que a los tres años Albert intentó jugar con el vello púbico de su madre y lo regañaron violentamente por ello.
Matt Ridley, en Qué nos hace humanos. Bogotá: Taurus. 2005: 210-211.
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