Alejandra López González es de Cali y escribió una novela sobre Bogotá, la Bogotá hot, la del sexo casual, la rumba y la marihuana. La protagonista tenía que llamarse Sola, Solita, Soledad, no podía llamarse de otra forma, y es, claro, una mujer joven, hermosa e inteligente que cree vivir como se debe vivir y supone que sus valores son los Valores dignos de una mujer liberada, crítica y autoconsciente.
En la novela aparecen bien definidos los tipos femeninos eternos: la bruja, la puta y la madre santa: Sola consulta a la bruja, Clarita es una gran puta y al final de la historia la heroína renuncia a depender de la presencia de un hombre y la cambia por la que le brinda la hija, que se tenía que llamar María, claro, y ante a cual se siente felizmente esclavizada, como tenía que ser en una novela moralista que lleva implícito el sello de uno de los lugares comunes más extendidos: la máxima realización personal de una mujer consiste en ser Madre y al ser madre se le borra su historial de puta: «Pienso en el aborto, pero sé muy bien que a pesar de todo, a pesar del abandono de Oliver, de la partida de Santi, a pesar del calentamiento global y de las fosas comunes, quiero tener ese bebé» (pág. 84).
La protagonista reivindica el papel de la madre soltera, el amor filial y la recuperación de la pureza, cumple con el recorrido de rigor: una niña bien educada por una pareja de padres decentes al cumplir 18 años decide liberarse y olvidarse de los padres decentes y los valores inculcados por ellos, la niña se las da de inteligente y liberada, supone que serlo consiste en rumbear todos los fines de semana, putearse, fumar marihuana, tener amantes y quedar embarazada de uno de ellos, del más promiscuo y machista, del que la hacía sentir más puta: «Total que con chequera en blanco, tarjetas de crédito Gold Platino con cupo ilimitado, este hombre que tenía todas las posibilidades de llevarse a la que quisiera, a la hora que quisiera, como quisiera y cuando quisiera a las camas más lujosas de la hot Bogotá city» (pág.30). Cuando se ve como una mujer sola, abandonada por el amante y desamparada, regresa a la casa de los padres, que le perdonan todos los pecados y aman a su nietecita como si fuera la reencarnación de la hija; la hija omitirá ahora en su historial su pasado de puta marihuanera y aparecerá ante su hija como una santa, la niña al crecer recreará la historia y al cumplir 18 años deseará no ser tan santa como su santa madre y se hará una puta redimida con futuro de santa, como tal vez fue su abuela.
Sola posa de crítica pero no toma distancia de las situaciones que critica; ella goza de la banalidad, de la vanidad, de la tontería, es de las tontas que saben que son tontas pero no les preocupa mucho seguir siéndolo; en varias ocasiones se jacta de su propia tontería, de lo estúpidas y banales que son sus amigas, pero la reflexión no la lleva nunca a renunciar a su mundo. Para dárselas de inteligente vive con un antropólogo destapador de fosas y profesor universitario y, como era de esperarse, tenía que ser durísima con los «intelectuales», con estos viles seres: «da clases en universidad, dicta foros y talleres y se la pasa entre otros seres como él, que creen que tienen las respuestas a todo y que el sol gira alrededor de ellos y de su sabiduría infinita» (pág. 10), la idea que tiene la narradora de los intelectuales no es muy diferente a la de algunos facebookqueros muy ignorantes que, en conclusión, definen al intelectual colombiano como un hijueputa.
La historia se desarrolla en contextos de supuesta clase alta, pero las puticas son traductoras, egresadas de lenguas modernas, se evidencia el deseo por parte de la autora de hacerle creer al lector que está bien relacionada en Bogotá, muy bien relacionada, pero al escribir la historia descuida detalles que ponen en tela de juicio la verosimilitud de las fantasías que narra: «Entonces yo, Sola, Solita, tuve que acompañarla a la clínica, todo en gran secreto, con gran misterio, con pañoletas en la cabeza y gafas oscuras gigantes para que nadie reconociera a Clarita y para que jamás la sociedad bogotana se enterara de que a la mujer mejor vestida del año, su propio marido le había pegado una enfermedad venérea de esas que hacen picar, arder y doler al orinar» (pág. 14).
Solita reniega del matrimonio: «A las que están casadas se les ve infelices. Se les nota en la cara y en la forma en que repiten, de manera incansable y casi obsesiva, que son muy felices y están muy satisfechas con lo que les ha dado la vida» (Pág. 24). Solita tiene alma de campesina: «El baño de las siete hierbas tiene ruda, altamisa, manzanilla, nogal, laurel y cicuta… con una pequeña vasija, uno se va echando esa agua de la siete hierbas por todo el cuerpo» (pág. 72). Solita es básica, tiene pensamientos de postal de Día de la Madre: «Tengo miedo y ansiedad. Quiero que mi hija venga pronto al mundo, quiero que nazca para que me dé motivos suficientes para vivir, para ser feliz para siempre» (pág. 105).

Etiquetas: análisis literario, Bogotá, crítica literaria, literatura, maternidad, matromonio, mujeres, sexo, sexualidad
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